3 de enero de 2008

Mi maestro favorito

Amelia Rosales Flores
César Dahir Velásquez Archundia
Maribel Gómez Núñez
Anelley Cruz Sánchez
Nancy Virginia Benítez Esquivel


Como parte del curso “El maestro y su práctica docente” se pidió a los alumnos de primer semestre que escribieran acerca de un maestro que haya dejado una huella significativa en su vida. Esto con la finalidad de problematizar/reconocer que la labor docente comporta un sentido humano, se encuentra determinada social e históricamente y se conforma por saberes válidos procedentes no sólo de teorías ni sólo de práctica –­sino de ambas en interacción– y en los cuales intervienen las motivaciones, aspiraciones y dificultades personales del maestro.

De los escritos entregados por el grupo se han seleccionado algunos en los cuales los alumnos de la Licenciatura en Educación reorganizan una experiencia de su vida de alumnos y ello los posibilita en la autovisualización como profesores. Con estos relatos invitamos al lector a participar en este juego de espejos y ser parte del proceso reflexivo en torno a la docencia.
NVBE


Mi maestro favorito de la secundaria
Yo estudié la educación media básica en la Escuela Secundaria Técnica Núm. 35, en el municipio de Apaxco, fui parte de la primera generación de esta escuela, por lo tanto la matrícula era muy variada en todos los ámbitos, pues existían alumnos de todas las edades: 12, 20 y hasta una señora de 35 años.

También había una gran disparidad económica de los alumnos, pues algunos compañeros tenían una posición económica muy elevada, otros trabajaban en la noche e iban a la escuela en el día y los que teníamos una posición económica muy baja.

En cuestión de docentes, también era difícil la situación, pues para todos era su primera experiencia como maestros, les acababan de dar una plaza en la SEP, pero estaban estudiando licenciaturas en otras áreas y sólo asistían a trabajar para tener dinero y poder solventar los gastos de su carrera. Estudiaban medicina, leyes, arquitectura, periodismo etc. Todo menos docencia.

Entre todos estos profesores existía uno, que hasta su nombre era chusco, pues se llamaba Andelmo Eloy Reyes Pablo, ¡imagínate a alguien con ese nombre! Era un gran estudiante de medicina, pero por problemas económicos tuvo que trabajar e ir desde el Distrito Federal hasta Apaxco a dar clases a esta secundaria (4 horas de camino, ida y vuelta) su fisonomía era la del clásico mexicano: chaparrito, gordo, moreno, pelo negro lacio, eso sí, siempre bien arreglado, la mayoría de las veces vestía traje y corbata.

Aunque nunca había sido maestro, ni quería serlo, (pero la necesidad económica y el destino lo puso en ese camino) nunca demostró apatía por lo que tenía que realizar, era entusiasta, atento y sobre todo muy respetuoso con cada uno de nosotros.

Nos daba la clase de filosofía y lógica, materias que ni siquiera sabíamos que existían; porque en la primaria nunca nos hablaron de ellas y no teníamos ni la menor idea de qué eran. Él siempre traía su clase bien preparada, con un gran dominio de los temas; pero si le preguntábamos sobre algo diferente, nos lo explicaba y dejaba su clase preparada para otro día.

Así fue como con este maestro aprendí, enfermería, política, español, biología, métodos anticonceptivos y hasta cocina.

Claro que era especial el profe, explicaba muy bien, por lo tanto todos los conocimientos adquiridos en su clase me han servido en toda mi vida; incluso conceptos que él me enseñó, me sirvieron para responder el examen de ingreso a esta universidad.

Nos enseñó cómo inyectar, a tomar la presión arterial, curar heridas y hasta poner yeso (a mí me tocó que me pusieran yeso en el brazo y me lo quitaron hasta el otro día, imagínense como se puso mi mamá cuando me vio llegar a la casa con un brazo enyesado). Todo esto lo realizó, pues sabía motivarnos, siempre nos decía que tratáramos de aprender lo más que pudiéramos, porque eso nos haría más fácil la vida.

Como en nuestro municipio no existía una biblioteca, y para algunos la economía no era como para comprar libros, él nos traía algunos para leerlos, claro que los principales eran de filosofía, pero también de otro tipo: yo leí La Divina Comedia, Don Quijote de la Mancha, Fábulas y Leyendas de Leonardo Da Vinci y otros, porque el me los prestó, pero lo principal fue que me motivó para hacerlo.

Para hacer que leyéramos, él siempre traía el libro en la mano o lo ponía en un lugar visible, si aún no lograba llamar nuestra atención, lo dejaba en un lugar, según él, olvidado, entonces mandaba a alguien a recogerlo y claro ahí entraba la curiosidad. Al momento de preguntarle qué estaba leyendo; nos realizaba la reseña de una pequeña parte del libro, tratando de hacerlo interesante e inmediatamente preguntaba si alguien lo quería leer, claro que con la síntesis realizada por él, todos queríamos leerlo, entonces lo prestaba por unos días, así hasta que lograba que, si bien no lo leyera toda la escuela, si la gran mayoría. Cuando se lo regresábamos nos preguntaba nuestra opinión de algún párrafo específico del libro, yo creo que para saber si realmente lo habíamos leído. Lo difícil fue al principio, pero como pasó el tiempo todos queríamos leer, más y más. Así logró que leyéramos libros, revistas y periódicos.
En ocasiones su clase se convertía en un foro de debates sobre política (mundial o nacional) religión, economías de los países; y más temas, que sacábamos de artículos del periódico, el cuál compraba antes de llegar a la escuela y lo dividía para que al terminar el día algunos alumnos, por lo menos hubieran leído un artículo.

Unos años después, supimos que era un gran médico y trabajaba en los grandes hospitales del Distrito Federal, pero para mí seguirá siendo mi maestro favorito.

Después de tantos años yo creo que ni se imagina cuánto influyó en la vida de muchos adolescentes, a veces encuentro compañeros de la secundaria, todos con una vida realizada y todavía lo recordamos. Menos se ha de imaginar que el día de hoy yo esté realizando esta pequeña reseña y él sea mi maestro favorito; al darme cuenta cómo influyó en mi vida.

Si algún día lo encontrara solo le podría decir: “Gracias Prof. Andelmo Eloy Reyes Pablo”.
Aunque se escucharía raro que a un gran médico, se le den las gracias por haber sido un gran maestro, así sucede con las grandes personas.
ARF

Un profesor que dejó huella
En mis años de escuela he tenido muchas anécdotas y aunque varias de ellas me han aportado muchas experiencias y recuerdos buenos y malos, hay una que recuerdo mucho y creo que influyó en mi comportamiento y mi desarrollo como persona:

Estaba en el 6º año de primaria en el cual la maestra María de Jesús fue mi maestra asignada para ese ciclo escolar, a quien desde el tercer año frecuentaba cuando no cumplía en mi salón de clases, por la simple razón de ser mi tía, mis maestras me mandaban con ella como una forma de castigo por no cumplir con alguna tarea, actividad u orden, lo cual me hacía quedar en ridículo con mis compañeros; al pasar a sexto y enterarme de que mi tía era mi nueva maestra, me dio cierto gusto, creí que todo sería mucho más fácil y pensé que sería su consentido por ser su sobrino.

Pero no lo creerían, fue todo lo contrario ya que al menos en clase me trataba como a todos los demás y hasta cierto punto sentí que me cargaba la mano y yo no lo podía creer, ¿cómo podía mi tía tratarme tan duro?, ¿cómo podía ser tan diferente a como solía ser en la casa?

Y aunque confieso que fue un año muy difícil, lleno de confusiones y sentimientos encontrados, con el paso del ciclo escolar me tuve que esforzar más para que mi maestra no me pusiera en evidencia con mis compañeros, los cuales me hacían burla por el simple hecho de saber que nuestra maestra era mi propia tía.

Hoy puedo pensar que el hecho de nunca haber vivido con mis padres y ser criado por mi abuela y mis tías (por cierto maestras también) me llevó a creer que tener un familiar como maestro me consentiría en el salón de clases igual que en casa.

Pero hoy agradezco que la maestra María de Jesús fuese así conmigo y no me haya sobre protegido o consentido ya que aprendí a valorar mis propios logros, a levantarme cada vez que caía, a ganarme el respeto de mis compañeros con mi trabajo, a ver que todo aquello que quiero lo debo conseguir sin necesidad de esperar a que alguien me ayude, y lo mejor de todo es haber comprendido que el mejor logro no es el que te dan o te regalan, sino el que uno mismo consigue con esfuerzo y dedicación, y que el mejor maestro no es el que solo te dice como deben de ser las cosas, sino el que te ayuda a comprenderlas.
CDVA

Mi maestra favorita
“Mi maestro favorito”, fue la frase que escuché de la maestra Nancy para realizar un escrito referente al mismo y sin pensarlo empecé a buscar en los rincones de mi memoria todos y cada uno de mis maestros desde la etapa preescolar.

Pensé que al recordar, lo lógico sería que los maestros a los cuales tuviera presentes y más recientes habrían representado en mí algo especial. Sin embargo por más que me esforcé en buscar algún recuerdo importante no lo logré.

Lo curioso es que recuerdo perfectamente el nombre de cada uno de mis maestros desde preescolar hasta sexto año de primaria, después se desvanecen y llegan pequeños destellos de algunos nombres o si acaso, sobrenombres que son característicos en esas etapas.

Medité muy bien en lo que se me pedía como trabajo, y llegué a la conclusión de que mi maestro favorito se encontraba en el nivel de primaria, en segundo año. mi maestra Alicia a la que todos conocían como la maestra Licha.

En mi recuerdo era una persona muy alta, pero en reslidad no sé si lo era, después de todo a esa edad todas las personas adultas nos lo parecen. Recuerdo también que no era muy agraciada para los demás, sin embargo yo la consideraba guapa.

Escuchaba comentarios de adultos a mi alrededor, diciendo que sus compañeras la criticaban por ser un poco desaliñada, y por más que yo quería entenderlos no podía, quizás porque a esa edad siempre idealizamos a nuestro profesor como el mejor, y al menos yo, no le veía ningún defecto.

Recuerdo que al dar las clases, sobre todo de Ciencias Naturales, cómo explicaba con tanta pasión hasta llegar a un punto que, lo juro, sentía que estaba en el lugar y en el momento en que sucedía; o movía tanto mi imaginación que no sentía el tiempo que transcurría y pasaban las horas de clase sin darme cuenta.

Además las clases de matemáticas –que siempre fueron difíciles para mí, como estoy segura que para muchos– en esa etapa se me facilitaron, a pesar de que fue el grado en el que se tienen que aprender las tablas, hacer multiplicaciones y divisiones que aunque sencillas, en ese momento se llegan a complicar. Lo explicaba todo tan claro y con tanta paciencia, que he llegado a pensar que ella misma se trasladaba a nuestra edad y compartía las mismas dudas e inquietudes que teníamos.

Pero más allá de lo académico, creo que la recuerdo tan claramente, porque siempre fue una persona transparente, abierta a mis necesidades y a la de todos sus alumnos o de la escuela en general. Alguna vez le pedí ayuda a la hora del recreo cuando me sentí agredida por alumnos más grandes, y al acudir nunca se mostró autoritaria ni intransigente, optaba por una actitud enérgica pero con aquel dejo de comprensión y tolerancia que te hace admirar aquella persona.

La escuela donde estudié la primaria era particular, y al terminar el ciclo escolar se realizaba un examen final abierto al público, normalmente dicho examen estaba rodeado de nerviosismo y presión, a pesar de ser grados iniciales. Para mi grupo Todo empezó con un teatro guiñol, con personajes que nos iban preguntando sobre los temas que debíamos haber aprendido durante el año, fue tan divertido y tan ameno, que no nos dimos cuenta que estábamos realizando nuestro examen final. Los resultados fueron excelentes, nunca olvidaré los rostros de satisfacción de los padres y los chicos al terminar. Pero lo más sorprendente para mí fue descubrir a mi maestra salir de la pequeña carpa, y darme cuenta sin duda que ella había participado en el teatro, y no podía esconder la satisfacción tan enorme que sentía al terminar.

Nunca supe qué pasó cuando ya no regresó al colegio, algunos decían que la habían despedido por su aspecto, otros que al parecer no tenía un título que la acreditara como profesora, en fin no lo sé, pero dentro de mis recuerdos mejores y más inolvidables siempre estará mi maestra Licha de segundo año de primaria.
MGN

Mi mejor maestro
Considero que mi mejor maestro fue el que tuve en quinto y sexto de primaria, llamado Octavio, originario de Oaxaca, alto, morenito claro, pelo chino, ojos rasgados, algo llenito y bonachón; es un maestro que recuerdo con mucho cariño, pues para mí el haber estado con él fue bastante significativo ya verá por qué.

Yo iba en una escuela llamada “Prof. Luis Gutiérrez López” ahí cursé de segundo a quinto año y a decir verdad, en mis años de primaria lo pasé muy mal, pues fui una niña bastante introvertida en la escuela –no así en casa–, y bueno tan mal lo pasé que ni siquiera puedo recordar mi cuarto año, no sé si tuve maestro o maestra, aunque usted no lo crea, en fin.

Resulta que en quinto año en esa escuela me tocó con un maestro llamado Benjamín, el cual me trató muy mal, lo que más recuerdo de él es su lenguaje no verbal, y nunca supo el maldito (perdón por la expresión) todo el daño emocional que me causó al tratarme así, mandaba llamar a mi mamá y le hablaba muy mal también a ella, recuerdo que le decía...”¡Señora, qué usted se pelea con su marido delante de ella o qué!” y cosas así, además le decía que me checara, por si acaso tuviera una clase de retraso, yo sentía mucha impotencia, además de sentirme miserable y por supuesto a fin de año... me reprobó.

Entonces mi mamá decidió cambiarme de escuela, a la “Francisco Montes de Oca”, yo iba con mucha inseguridad, además me volvió a tocar maestro (me refiero a que también era varón) y eso me causaba algo de miedo, pero pues no había de otra. Entonces entré y fue lo mejor y más sano que pudo ocurrirme en ese momento, pues la aceptación de mis nuevos compañeros fue inmediata y lo primero que vi en el maestro Octavio fue una sonrisa, cosa que hacía mucho tiempo no veía en un maestro, me daba confianza y seguridad. Recuerdo que en su lenguaje no existía el “no puedo”, se esmeraba mucho en sus clases y se preocupaba por que nos quedaran claras las cosas, nos trataba con respeto y amabilidad, en el recreo, recuerdo que podíamos platicar con él, podías acercarte sin el menor temor.

En una ocasión él salió del salón, y unos compañeros le jugaron una broma bastante pesada, pues al entrar él de nuevo y al sentarse en su silla había en ella un juguete de broma en forma de excremento. El maestro al flexionarse para tomar posición en la silla se percata y se queda en esa posición flexionada, nos miró a todos, y se puso coloradísimo, por un momento tuve miedo de su reacción, pensé que mis compañeros se habían pasado y él iba a reaccionar de manera negativa, pensé que ahí iba a acabar el maestro buena onda...pero lejos de eso, lo que hizo fue empezar a reír con desparpajo, todos, al esperar yo creo que la misma reacción que yo, también reímos. El maestro tomó papel, después con el papel el “juguetito” y lo llevó tranquilamente al bote de basura, no buscó culpables, dijo que la broma había sido muy buena, y la verdad no recuerdo que más habló con nosotros, pero nunca regañó a nadie y cualquiera pensaría que eso daría pie para continuar con las bromitas de mal gusto, pero no fue así, al contrario todos lo respetábamos más y lo considerábamos –al menos yo– un buen amigo.

A fin de año me dio sentimiento terminar la escuela al saber que ya no lo iba a ver; pues era alguien que aunque nunca lo dije, creía en mí y eso es algo que nunca voy a olvidar y que le agradezco. De verdad lo recuerdo con cariño y espero de todo corazón que esté muy bien, donde quiera que esté...
ACS

1 comentario:

Anónimo dijo...

BRAVO NANCY