7 de enero de 2008

Un día más con vida de Kapuscinski: Álbum de fotografías verbales sobre la independencia de Angola



Armando Meixueiro Hernández

La fotografía es una forma de representación que superó el realismo que algunos artistas pictóricos ambicionaban a finales del siglo XIX y principios del XX. Así, potenció la cultura visual que caracterizaría el siglo pasado y, de un modo inusitado, permitió el desarrollo de un periodismo gráfico que ha condensado en memorables instantáneas los principales eventos de esa época.

Tan sólo basta recordar las imágenes de la Revolución Mexicana que capturaron los Casasola, la iconografía de la Revolución Rusa, las inquietantes fotografías de las dos guerras mundiales y de prácticamente todas las batallas en la segunda mitad del siglo. Jamás olvidaremos, por ejemplo, la imagen del hongo atómico en Nagasaki, la inmortal foto del Che Guevara o la impactante fotografía de la niña desnuda que corre quemada por napalm en la guerra de Vietnam.

El periodismo, de ese modo, encontró en la fotografía el complemento idóneo para darle realismo y veracidad a la información. Kapuscinski sabía esto por lo que utilizando como cámara la escritura, aportó a la cultura contemporánea maravillosas fotografías verbales que develan la esencia de los conflictos humanos en los rincones más olvidados de nuestro planeta: Asia, Africa y Latinoamérica. En Un día más con vida (1976), considerada como una de sus mejores obras, he encontrado una entrañable fotografía verbal que enfoca en primer plano a una muchacha miliciana, Carlota, y que me recuerda la fascinante imagen que atrapó Alberto Korda de la joven militar en la revolución cubana.

En dicho libro Kapuscinski documenta los tres meses previos a la independencia de Angola en 1975. Entre otros relatos describe el momento en que, junto con unos reporteros portugueses, le piden al comandante del poblado de Benguela que los lleven al frente de batalla. El comandante accede y los envía con una escolta. Entonces Kapuscinski encuadra:

“Monti, queriendo hacernos agradable el viaje, nos asignó como escolta a un soldado muy especial, una muchacha llamada Carlota.


“Carlota apareció con una metralleta al hombro y aunque llevaba un uniforme de paracaidista demasiado grande, se podía adivinar que tenía buen tipo. […] A pesar de sus tan sólo veinte años, Carlota se había convertido ya en una leyenda. Dos meses antes, durante la insurrección de Huambo, lideró un pequeño destacamento del MPLA que se vio rodeado por una unidad, compuesta de mil efectivos, de UNITA. Supo romper el cerco y sacar de él a sus hombres. Las muchachas suelen ser magníficos soldados, mejores que los chicos, que a veces muestran en el frente comportamientos histéricos cuando no irresponsables. Nuestra muchacha era mulata, tenía un encanto indescriptible y –como nos pareció entonces— una gran belleza, aunque más tarde, cuando revelé sus fotografías, las únicas instantáneas que han quedado de ella, comprobé que no era tan bonita.” (1976: 68 y 69)

Con una mirada muy humana, Kapuscinski continúa y enfoca:

“Había nacido en Rosadas, no muy lejos de la frontera con Namibia. El año pasado había recibido instrucción militar en los bosques de Cabinda. Después de la guerra quería ser enfermera. Es todo lo que sabemos de esa muchacha que ahora va junto a nosotros en un coche con una metralleta sobre las rodillas y que –puesto que ya hemos agotado nuestro arsenal de bromas y por unos momentos se ha instalado la tranquilidad— se ha puesto seria, absorta en sus pensamientos. Sabemos que Carlota no será de Alberto, ni de Fernandes, pero aún no sabemos que ya no será de nadie.” (1976: 70)

Sí, Carlota se encontraría con la muerte ese día, pero no con el olvido porque Ryszard Kapuscinski la resucita con esa instantánea verbal: extraordinaria crónica poética.

En Angola, Kapuscinski no sólo quedó impresionado por Carlota, también lo impactaron los niños y jóvenes militares que abundaban en esta singular independencia. Veamos dos retratos verbales más:

Uno. El comandante Ndozi, un viejo militar del MPLA, le comenta a Kapuscinski: “El ejército que tengo a mi mando está formado por muchachos traídos de la calle directamente al frente. Deberían estar en la escuela, pero hemos cerrado las escuelas para tener un ejército, pues estamos obligados a defendernos. […] A mí me dan lástima estos muchachos porque deberían madurar leyendo y escribiendo, para construir ciudades y curar enfermos. Y, sin embargo, tienen que madurar para matar. Tienen que madurar para que en nuestro bando haya cada vez menos tiroteos a ciegas y en el otro, cada vez más muerte. ¿Qué otra salida nos queda en una guerra que no deseábamos?” (1976: 48)

Dos. Mientras soldados del MPLA interrogan a un prisionero: “El siguiente prisionero parece tener doce años. Dice que tiene dieciséis. Él sí sabe que es una vergüenza luchar en las filas del FNLA, pero a él le dijeron que si iba al frente, luego lo mandarían a la escuela. Y él quiere terminar la escuela porque quiere pintar. Si le dan papel y lápiz, dibujará algo enseguida. Puede hacer un retrato. Si tuviera aquí colores, pintaría un cuadro. También sabe esculpir, le gustaría enseñar sus esculturas, que se han quedado en Carmona. Pone en ello toda su vida, y le gustaría estudiar, y le dijeron que estudiaría si primero iba al frente. Él sabe que la cosa es así, que para poder pintar, primero tiene que matar, pero él no ha matado a nadie.” (1976: 53)

Otra serie de fotografías notables en este álbum de la independencia de Angola enfocan a un hombre de apellido Ruiz, “… un portugués vivaracho y simpático, piloto de un bimotor DC-3, el único avión que el MPLA tiene en Luanda. Es un aparato fabricado en 1943, con dos motores que escupen nubes de hollín, con las alas mil veces remendadas, unas ruedas gastadas y el fuselaje lleno de agujeros. Sólo Ruiz sabe cerrar la puerta de entrada (aunque no sin dificultad). Con este avión vuela noche y día; a decir verdad, está en el aire las veinticuatro horas. Ruiz vuela a Brazzaville a buscar municiones, luego a las ciudades sitiadas en los confines de Angola, para dejar allí cajas con balas y sacos con harina, y recoger –y llevar a Luanda— a los heridos graves. Si Ruiz no llega a tiempo, las ciudades tendrán que rendirse y los heridos morirán. En cierto sentido, el resultado de esta guerra descansa sobre sus hombros. Ruiz vuela a todos los rincones de Angola de memoria, pues los servicios de tierra no existen y ni siquiera sé si funciona la radio de su avión. A menudo, ni él mismo sabe en manos de quién se halla el aeródromo en el que está a punto de aterrizar. Ayer lo controlábamos nosotros, pero hoy tal vez ya esté bajo el control de los otros. Por eso, antes de tomar tierra, da varias vueltas por encima del aeropuerto. A veces reconoce a personas conocidas por sus meras siluetas y entonces reduce la altura y aterriza tranquilamente. Otras veces, sin embargo, ve cómo su avión es blanco de disparos y entonces da media vuelta y lleva a Luanda una mala noticia.” (1976: 125 y 126)

Así, después de leer este original álbum fotográfico de Ryszard Kapuscinski, nos queda una imagen realista y humana de los acontecimientos ocurridos alrededor de la independencia de Angola en 1975. No son las despersonalizadas noticias de una agencia internacional, ni las crónicas amarillistas de un noticiero televisivo. Tampoco se trata del registro frío de fechas y sucesos. Aquí, estamos frente a unas fotografías verbales que conmueven la razón. Estamos frente a narraciones visuales que racionalizan el alma y los sentimientos. Esa es la propuesta de Kapuscinski en Un día más con vida. Esa es su aportación al periodismo y la literatura. (Valdría la pena que algún grupo inteligente y creativo de estudiantes se interesaran en visualizar o documentar estas experiencias en cortometrajes o proyectos escolares).

Valdría la pena, también, mirar (leer) otras instantáneas verbales de este autor. Por ejemplo, algunas de sus obras que denuncian el poder: El emperador (1978), El Sha o la desmesura del poder (1982), El imperio (1993). O acercarnos al monumental álbum que muestra una Africa diversa y multicultural en Ébano (1998).

Vale la pena recordar a un periodista que capta la vida, la paz y la esperanza en un mundo convulsionado por el poder, la guerra y la muerte.

Bibliografía
KAPUSCINSKI, Ryszard. (1976) Un día más con vida. Barcelona, Anagrama, 2003. 182pp.

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